[Raoul Vaneigem] Aviso a los civilizados respecto a la autogestión generalizada

“No sacrifiquéis la felicidad de hoy a la felicidad futura. Disfrutad del momento, evitad toda unión de matrimonio o de interés que no satisfaga vuestras pasiones desde el mismo instante. ¿Por qué ibais a luchar por la felicidad futura, si ella sobrepasará vuestros deseos, y no tendréis en el orden combinado más que un solo displacer, el de no poder doblar la longitud de los días, a fin de dar abasto al inmenso círculo de goces que deberéis recorrer?”. Charles Fourier. Aviso a los Civilizados respecto a la próxima Metamorfosis Social.

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En su forma inacabada, el movimiento de las ocupaciones ha vulgarizado de modo confuso la necesidad de una superación. La inminencia de un cambio total, sentido por todos, debe revelar ahora su práctica: el paso a la autogestión generalizada mediante la instauración de los consejos obreros. La línea de llegada, cuya consciencia ha llevado el impulso revolucionario, en adelante va a convertirse en la línea de salida.

2

La historia responde hoy a la cuestión planteada por Lloyd George a los trabajadores, y repetida a coro por los servidores del viejo mundo: “queréis destruir nuestra organización social, ¿qué pondréis en su lugar? Sabemos la respuesta gracias a la profusión de pequeños Lloyd George, que defienden la dictadura estatista de un proletariado a su gusto, y esperan que la clase obrera se organice en consejos para disolverla y elegir otra distinta a ella.

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Cada vez que el proletariado se arriesga a cambiar el mundo, reencuentra la memoria global de la historia. La instauración de una sociedad de consejos -hasta ahora confundida con la historia de su aplastamiento en distintas épocas- desvela la realidad de sus posibilidades pasadas a través de la posibilidad de su realización inmediata. Esta evidencia la han podido ver todos los trabajadores después de que en mayo el estalinismo y sus residuos trostkistas han mostrado, por medio de su debilidad agresiva, su impotencia para aplastar un eventual movimiento de los consejos, y, por su fuerza de inercia, su capacidad para frenar aun su aparición. Sin manifestarse verdaderamente, el movimiento de los consejos se ha presentado en un arco de rigor teórico que partía de dos polos contradictorios: la lógica interna de las ocupaciones y la lógica represiva de los partidos y los sindicatos. Quienes confunden aún Lenin y el “qué hacer”, lo único que hacen es prepararse (para ir a) un cubo de basura.

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El rechazo de toda organización que no sea la emanación directa del proletariado negándose como proletariado ha sido sentida por muchos, inseparablemente de la posibilidad al fin realizable de una vida cotidiana sin tiempo muerto. La noción de consejos obreros establece, en este sentido, el primer principio de la autogestión generalizada.

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Mayo ha marcado una fase esencial de la larga revolución: la historia individual de millones de hombres, cada día a la busca de una vida auténtica, uniéndose al movimiento histórico del proletariado en lucha contra el conjunto de las alienaciones. Esta unidad de acción espontánea, que fue el motor pasional del movimiento de las ocupaciones, sólo puede desarrollar unitariamente su teoría y su práctica. Lo que sucedió en todos los corazones sucederá en todas las cabezas. Después de haber comprobado que “no podrían ya vivir como antes, ni siquiera un poco mejor que antes”, muchos tienden a prolongar el recuerdo de una parte de vida ejemplar, y la esperanza, vivida por un instante, de un gran posible, en una línea de fuerza a la únicamente falta, para ser revolucionaria, una mayor lucidez sobre la construcción histórica de las relaciones individuales libres, sobre la autogestión generalizada.

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Sólo el proletariado precisa, al negarse, el proyecto de autogestión generalizada, porque lo lleva en sí objetiva y subjetivamente. Por ello las primeras precisiones vendrán de la unidad de su combate en la vida cotidiana y en el frente de la historia, así como de la conciencia de que todas las reivindicaciones son realizables de inmediato, pero sólo por él mismo. En este sentido, la importancia de una organización revolucionaria debe en adelante juzgarse por su capacidad de acelerar su desaparición en la realidad de la sociedad de los consejos.

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Los Consejos obreros constituyen un nuevo tipo de organización social, mediante el cual el proletariado pone fin a la proletarización del conjunto de los hombres. La autogestión generalizada no es otra cosa que la totalidad según la cual los consejos inauguran un estilo de vida basado en la emancipación permanente individual y colectiva, de forma unitaria.

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De lo que procede a lo que sigue, es evidente que el proyecto de autogestión generalizada exige tantas precisiones como deseos hay en un revolucionario, y tantos revolucionarios como personas insatisfechas hay de su vida cotidiana. La sociedad espectacular mercantil crea las condiciones represivas y -contradictoriamente, por el rechazo que suscita- la posibilidad de la subjetividad; de igual modo la formación de los consejos, parecidamente surgida de la lucha contra la opresión global, crea las condiciones de una realización permanente de la subjetividad, sin otra limitación que su propia impaciencia por hacer la historia. La autogestión generalizada se confunde así con la capacidad de los consejos para realizar históricamente lo imaginario.

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Sin la autogestión, los consejos obreros pierden todo su significado. Es necesario tratar como futuro burócrata, por tanto al instante como enemigo, a todo aquél que hable de los consejos en tanto que organismos económicos o sociales, a todo aquél que no los sitúe en el centro de la revolución de la vida cotidiana; con la práctica que ello requiere.

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Uno de los grandes méritos de Fourier es haber mostrado que es necesario realizar al instante -y para nosotros esto significa desde el comienzo de la insurrección generalizada- las condiciones objetivas de la emancipación individual. El comienzo del movimiento revolucionario debe marcar para todos, una elevación inmediata del placer de vivir; la entrada vivida y consciente en la totalidad.

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La cadencia acelerada a la que el reformismo deja tras de sí deyecciona todas tan ridículas como gauchistas- la multiplicación, en el cólico tricontinental, de pequeños montones maoistas, trostkistas, guevaristas- barrunta con mal olor lo que la derecha, y en particular socialistas y estalinistas, había olido por lo bajo desde hace mucho tiempo: las reivindicaciones parciales contienen en sí la imposibilidad de un cambio global. Mejor que combatir un reformismo para ocultar otro, la tentación de volver del revés el viejo truco como piel de burócrata aparece, en muchos aspectos, como una solución final del problema de los recuperadores. Esto supone recurrir a una estrategia que desencadene al abrasamiento general a favor de momentos insurrecionales cada vez más aproximados unos de otros; y a una táctica de progresión cualitativa en la que las acciones, necesariamente parciales, contienen sin excepción, como condición necesaria y suficiente, la liquidación del mundo de la mercancía. Ha llegado la hora de comenzar el sabotaje, positivo de la sociedad espectacular-mercantil. En tanto se mantenga como táctica de masas la ley del placer inmediato, no hay motivo para inquietarse por el resultado.

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Es fácil, únicamente para ejemplo y emulación, evocar ahora algunas posibilidades, cuya insuficiencia demostrará en seguida la práctica de los trabajadores liberados; en toda ocasión -abiertamente en la huelga más o menos clandestinamente en el trabajo- inaugurar el reino de la gratuidad ofreciendo a los amigos y a los revolucionarios productos fabricados o de almacén, fabricando objetos-regalo (emisores, juguetes, armas, armamentos, máquinas de diversos usos, organizando en los grandes almacenes distribuciones “al detalle” o “al por mayor” de mercancías. Romper las leyes del cambio e iniciar el fin del salariado, apropiándose colectivamente de los productos del trabajo, sirviéndose colectivamente de las máquinas para fines personales y revolucionarios; depreciar la función del dinero generalizando las huelgas de pagos (alquiler, impuestos, compras a plazos, transportes, etc.) impulsar la creatividad de todos poniendo en marcha, aunque sea interrumpidamente, pero bajo el solo control obrero, sectores de aprovisionamiento y de producción, y considerando la experiencia como un ejercicio necesariamente dudoso y perfectible; liquidar las jerarquías y el espíritu de sacrificio, tratando a los jefes patronales y sindicales como se merecen, rechazando el militantismo; luchar unitariamente en todas partes contra las separaciones; extraer la teoría de cualquier práctica y a la inversa, mediante la redacción de folletos, carteles, canciones, etc.

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El proletariado ha demostrado ya que sabía responder a la complejidad opresiva de los Estado Capitalistas y “socialistas” mediante la simplicidad de la organización ejercida directamente por todos y para todos; las cuestiones de la supervivencia sólo se plantean en nuestra época con la condición previa de no ser resueltas nunca; por el contrario, los problemas de la historia a vivir se plantean claramente a través del proyecto de los consejos obreros, a la vez como positividad y como negatividad; dicho de otra manera, como elemento de base de una sociedad unitaria y pasional, y como anti-Estado.

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Porque no ejercen ningún poder separado de la decisión de sus miembros, los consejos no toleran otro poder que el suyo. Impulsar en todas partes las manifestaciones anti-Estado no debe ser tanto confundirse con la creación anticipada de consejos, privados de tal guisa de poder absoluto sobre sus zonas de extensión, separados de la autogestión generalizada, necesariamente vacíos de contenido y propicios a atestarse de todas las ideologías. Las únicas fuerzas lúcidas que pueden hoy responder a la historia con la historia por hacer serán las organizaciones revolucionarias que desarrollen, en el proyecto de los consejos, una conciencia por igual del enemigo a combatir y de los aliados a sostener. Un aspecto importante de tal lucha se anuncia ante nuestros ojos con la aparición de un doble poder. En las fábricas, las oficinas, las calles, las casas, los cuarteles, las escuelas, se bosqueja una realidad nueva, el desprecio a los jefes, bajo cualquier nombre y actitud que adopten. Pero es necesario que este desprecio alcance su lógica desembocadura, demostrando, por la iniciativa concertada de los trabajadores, que los dirigentes no son sólo despreciables, sino que son inútiles, y que se puede, incluso desde su punto de vista, liquidarlos impunemente.

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La historia reciente no va a tardar mucho en manifestarse, tanto en la conciencia de los dirigentes como en la de los revolucionarios, bajo la forma de una alternativa que les concierne a los unos y a los otros: la autogestión generaliza o el caos insurreccionar; la nueva sociedad de abundancia, o la disgregación social, el pillaje, el terrorismo, la represión. La lucha por el doble poder es desde ahora ya inseparable de tal elección. Nuestra coherencia exige que la parálisis y la destrucción de todas las formas de gobierno no se separe de la construcción de los consejos; la elemental prudencia del adversario debería, en buena lógica, convenir que una organización de nuevas relaciones cotidianas viniese a impedir la extensión de lo que un especialista de la policía americana llama ya “nuestra pesadilla”, pequeños comandos de insurgentes que surgen de las bocas del metro, que disparan desde los tejados, que utilizan la movilidad y los infinitos recursos de la guerrilla urbana para abatir policías, liquidar a los servidores de la autoridad, provocar motines y destruir la economía. Pero no es tarea nuestra salvar a los dirigentes a su pesar. Nos basta con preparar los consejos y asegurar su autodefensa por todos los medios. Lope de Vega muestra, en una de sus piezas, cómo los villanos, cansados de las exacciones de un funcionario real, le matan y responden todos a los jueces encargados de descubrir al culpable, con el nombre de la villa “Fuenteovejuna”. La táctica “Fuenteovejuna”, que muchos mineros asturianos utilizan frente a los ingenieros poco sensatos, tiene el defecto de emparentarse demasiado con el terrorismo y con la tradición del linchamiento.

La autogestión generalizada será nuestra “Fuenteovejuna”. No es suficiente con que una acción colectiva desaliente la represión (piénsese la impotencia de las fuerzas del orden si, durante las ocupaciones, los empleados de una banca hubiesen dilapidado los fondos), es preciso además que anime, en el mismo movimiento el progreso hacia una mayor coherencia revolucionaria. Los consejos son el orden frente a la descomposición del Estado, contestado en su forma por el ascenso de los nacionalismos regionales, y en su base por las reivindicaciones sociales. A los problemas que se plantean, la policía sólo puede responder calculando el número de sus muertos. Sólo los consejos obreros aportan una respuesta definitiva. ¿Qué evita el pillaje? La organización de la distribución y el fin de la mercancía. ¿Qué evita e impide el sabotaje de la producción? La apropiación de las máquinas por la creatividad colectiva. ¿Qué evita las explosiones de cólera y de violencia? El fin del proletarismo mediante la construcción colectiva de la vida cotidiana. No hay otra justificación para nuestra lucha más que la satisfacción inmediata de este proyecto; más que lo que nos satisface inmediatamente.

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La autogestión generalizada sólo cuenta, para sostenerse, más que con el de la libertad vivida por todos. Sobra con ello para inferir desde ahora el rigor previo a su elaboración. Este tipo de rigor debe caracterizar por tanto a partir de ahora a las organizaciones revolucionarias consejistas; y a la inversa, su práctica contendrá ya la experiencia de la democracia directa. Esto va a permitir acercarse lo más posible a ciertas fórmulas. Así, un principio como “la asamblea general es la única soberana”.

Significa también que lo que escapa al control directo de la asamblea autónoma resucita en mediaciones todas las variedades autónomas de opresión. A través de sus representantes, es la asamblea toda, con sus tendencias, la que debe estar presente a la hora de decidir. Si bien la destrucción del Estado impide esencialmente que se repita la burla del Soviet Supremo, es necesario además que la simplicidad de organización garantice la imposibilidad de aparición de una burocracia. Ya que, precisamente, la riqueza de las técnicas de comunicación, pretexto para el mantenimiento o el retorno de los especialistas, permite el control permanente de los delegados por la base, la confirmación, la corrección o la desaprobación inmediatas de sus decisiones a todos los niveles. Télex, ordenadores, televisiones, pertenecen por tanto sin que se puedan ceder, a las asambleas de base. Realizan su ubicuidad. En la composición de un consejo -se distinguirá, sin duda, consejos locales, urbanos, regionales, internacionales- lo correcto será que la asamblea pueda elegir y controlar una sección de equipamiento destinada a recoger las demandas de suministros, a levantar las posibilidades de producción, a coordinar estos dos sectores: una sección de información, encargada de mantener una relación constante con la vida de los otros consejos; una sección de coordinación a la que incumba, en la misma medida que las necesidades de la lucha lo permitan, enriquecer las relaciones intersubjetivas, radicalizar el proyecto fourerista, encargarse de las demandas de satisfacción pasional, equipar los deseos individuales, ofrecer lo necesario para los experimentos y aventuras, armonizar las disponibilidades lúdicas de la organización de los trabajos obligatorios y gratuitos (servicios de limpieza, cuidado de los niños, educación, concursos de cocina, etc.); una sección de autodefensa. Cada sección es responsable ante la asamblea plenaria los delegados, revocables y sometidos al principio de rotación vertical y nominal, se reúnen y presentan regularmente su informe.

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Al sistema lógico de la mercancía, que mantiene la práctica alienada, debe responder, con la práctica inmediata que implica, la lógica social de los deseos. Las primeras medidas revolucionarias se dirigirían por fuerza a la disminución de las horas de trabajo y a la reducción lo más amplia del trabajo-servidumbre. Los consejos obreros se preocuparan por distinguir entre sectores prioritarios (alimentación, transportes, telecomunicaciones, metalurgia, construcciones, vestido, electrónica, artes gráficas, armamento, medicina, confort, y en general el equipamiento material necesario para la transformación permanente de las condiciones históricas), sectores de reconversión, considerados por los trabajadores afectados como trastocables en provecho de los revolucionanos, y sectores parasitarios, cuya supresión pura y simple hayan decidido sus asambleas. Evidentemente, los trabajadores de los sectores eliminados (administración, oficinas, industrias del espectáculo y de la mercancía pura) preferirán a las 8 horas diarias de presencia en su lugar de trabajo las 3 ó 4 horas por semana de un trabajo libremente elegido por ellos entre los sectores prioritarios. Los consejos experimentarán formas atractivas de faenas obligatorias y gratuitas, no para disimular su carácter penoso sino para compensarlo mediante una organización lúdica y, posible, para eliminarlos en provecho de la creatividad (según el principio “trabajo no, goce sí”). A medida que la transformación del mundo se identifique con la construcción de la vida, el trabajo necesario desaparecerá en el placer de la historia para sí.

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Afirmar que la organización consejista de la distribución y de la producción evita el pillaje y la destrucción de las máquinas y de los stocks, equivale a seguir situándose en la única perspectiva anti-Estado. Lo que lo negativo conserva ahora de separaciones, los consejos, como organización de la nueva sociedad, conseguirán mediante una política colectiva de los deseos. El fin del asalariado es realizable inmediatamente, desde la instauración de los consejos, desde el preciso instante en que la sección “equipamiento y aprovisionamiento” de cada consejo organice la producción y la distribución en función de los deseos de la asamblea plenaria. Entonces es cuando, como homenaje a la mejor predicción bolchevique, se podrá llamar “lenines” a los urinarios de oro y plata macizos.

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La autogestión generalizada supone la extensión de los consejos. Al principio, se harán cargo de las zonas de trabajo los trabajadores afectados, agrupados en consejos. A fin de quitar a los primeros consejos su aspecto corporativo, los trabajadores los abrirán, tan rápido como sea posible, a sus compañeras, a las gentes del barrio, a los voluntarios llegados de sectores parasitarios, de manera que tomen en seguida la forma de consejos locales, de fragmentos de la Comuna (en unidades poco más o menos equivalentes numéricamente, de 8 a 10.000 personas).

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La extensión interna de los consejos debe ir pareja con su extensión geográfica. Es necesario cuidar la total radicalidad de las zonas liberadas, sin la ilusión de Fourier sobre el carácter atractivo de las primeras comunas, pero sin subestimar tampoco la parte de seducción que comporta, una vez desembarazada de la mentira, toda experiencia de emancipación auténtica. La autodefensa de los consejos ilustra de este modo la fórmula: “la verdad en armas es revolucionaria”.

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La autogestión generalizada poseerá un día próximo su código de posibles, destinado a liquidar la legislación represiva y su dominio milenario. Tal vez surja incluso en el doble poder, antes de que sean suprimidos los aparatos jurídicos y las carrozas de la penalidad. Los nuevos derechos del hombre (derecho para cada uno de vivir a su aire, de construir su casa, de participar en todas las asambleas, de armarse, de vivir como un nómada, de publicar lo que piensa, -a cada uno su periódico mural-, de amar sin reservas; derecho al encuentro, derecho al equipamiento material necesario para la realización de sus deseos, derecho de creatividad, derecho de conquista sobre la naturaleza, fin del tiempo-mercancía, fin de la historia en sí, realización del arte y de lo imaginario, etc.) esperan sus anti-legisladores.

 

 

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