“No solo hablamos de violencia: este es nuestro elemento, nuestro destino diario…
las condiciones en las cuales estamos obligados a vivir…”
–Os Cangacieros
El control social es imposible sin la violencia. La sociedad produce sistemas de violencia racionalizada para socializar a los individuos, para convertirlos en recursos útiles para la sociedad. Mientras que algunos de estos sistemas, como el militar, el policial o el penal, aún pueden ser vistos separadamente, debido a lo explícito de su violencia, la mayor parte de estos sistemas se han vuelto tan penetrantes y tan interconectados que actúan como una sola totalidad, esta es, la sociedad en la que vivimos.
La violencia del sistema existe principalmente como una amenaza latente, una forma sutil, incluso aburrida, de terrorismo cotidiano, el cual inculca el temor de cruzar la linea. Las señales y las ordenes de los “superiores” que nos amenazan con la pobreza o el castigo, los bastardos armados de uniforme (que están ahí para “proteger y servir”), el bombardeo de noticias con encabezados acerca de guerras, tortura, asesinos en serie y pandillas en los barrios, todo esto nos envuelve en una atmósfera de sutil y oculta violencia social y racionalizada que nos hace temer y reprimir nuestras pasiones violentas.
A la luz de la violencia sistemática que nos rodea, no es una sorpresa que la gente sea engañada haciéndola ver a toda la violencia como una sola entidad monolítica en vez de verla como actos específicos o formas de relacionarse. El sistema de violencia producido por la sociedad se convierte en un monolito que actúa para perpetuarse a así mismo.
Como reacción a este monolítico sistema de violencia, se desarrolla la “patología del pacifismo”. Incapaz de ver mas allá de las categorías sociales, el pacifista crea una falsa dicotomía, limitando el tema de la violencia a la opción ética e intelectual entre: aceptarla como un monolítico sistema o rechazarla totalmente. Pero esta elección solo existe en el reino de las abstracciones sin valor, porque en el mundo en el que actualmente vivimos, el pacifismo y la violencia del sistema dependen uno del otro. El pacifismo es una ideología que demanda la total paz social como meta final, pero esta requiere de la supresión completa de las pasiones individuales que crean las incidencias de violencia individual, para lo que se necesita el control social total. Este es únicamente posible a través del uso de la amenaza constante del policía, la cárcel, la terapia, la censura social, la pobreza o la guerra. Entonces, el ideal del pacifista necesita de un sistema de violencia monolítica, reflejando la inherente contradicción social en la necesidad propia de la autoridad, la cual se esfuerza por mantener la paz, en función de asegurar un sistema social que ande suavemente, pero que solo puede hacerlo a través del mantenimiento de un sistema racionalizado de violencia.
Este sistema no solo se perpetúa a si mismo, sino que también provoca respuestas, a menudo en la forma de ciegos latigazos por parte de individuos enfurecidos (los cuales el sistema después manipula para justificar su propia continua existencia) y ocasionalmente, en forma de rebelión violenta y consciente. La violencia pasional que es suprimida se encierra en uno mismo, convirtiéndose en una lenta muerte, ésta es la violencia subyacente del stress y la ansiedad. Esto es evidente en los miles de pinchazos de humillación que pasan todos los días entre medio de la gente en las calles y en los lugares públicos, en las miradas de disgusto y hostilidad entre extraños, y las peleas verbales viendo “quién gana”, intercambiando culpa y lamento, entre supuestos amigos. Ésta es la más sutil y completa forma de violencia racionalizada; cada uno se ajusta al temor de que los demás se molesten. Esta es la más sutil forma de violencia practicada por los pacifistas.
“No sueño con una revolución amable
Mi pasión corre a la violencia de cambiar lo existente por algo mejor
La ferocidad de una vida que no renuncia a nada”
Raoul Vanaigem
Quienes luchamos por conseguir la libertad para crear nuestras vidas por nosotros mismos necesitamos rechazar los dos lados de la opción que la sociedad ofrece, entre pacifismo y la violencia sistematizada, porque esta elección es un intento para socializar nuestra rebelión. En su lugar podemos crear nuestra propias opciones, desarrollando un lúdico y pasional caos de acción, y relacionando lo que puede expresarse así mismo a la vez con feroz e intensa violencia, a la vez con amable dulzura, o lo que sea que nuestras pasiones y caprichos nos muevan en cualquier momento. Ambos, el rechazo de la violencia y la sistematización de la violencia son un ataque a nuestras pasiones y singularidades. La violencia es un aspecto de la interacción animal y la observación de la violencia entre los animales desmiente varias generalizaciones. La violencia entre los animales no cabe en la formula del darwinismo social, no existe una guerra perpetua del todos contra todos. Más bien en momentos específicos bajo circunstancias particulares, los actos individuales de violencia se encienden y luego se apagan cuando el momento pasa. No existe violencia sistematizada en la vida salvaje, pero, en su lugar, hay expresiones momentáneas de pasiones especificas. Esto saca a la luz una de las mayores mentiras de la ideología pacifista. La violencia por si misma no se perpetúa. El sistema social de violencia racionalizada, en el cual el pacifismo es una parte integral, se perpetúa a si mismo como sistema.
En contraposición del sistema de violencia, una respuesta apropiada sera una no-sistematizada, apasionada y lúdica violencia. El juego violento es bastante común entre animales y niños. La persecución, las peleas, los ataques sorpresa a los compañeros de juego, romper, golpear y rajar cosas, son todos aspectos del juego que se encuentra libre de reglas. El insurgente consciente juega de esta misma manera, pero con objetivos reales y con la intención de provocar daño real. Los objetivos de esta feroz juego en la sociedad actual serían principalmente instituciones, mercancías, roles sociales e iconos culturales, pero los representantes humanos de esas instituciones también pueden ser objetivos- especialmente en el momento en que se presentan como una amenaza inmediata para la libertad de cualquiera que quiera crear su vida como lo desee.
La rebelión nunca ha sido un asunto meramente de auto defensa. En si misma, la auto defensa es probablemente mejor aceptada por su aprobación del status quo o la reforma del sistema. La rebelión es el ataque agresivo, peligroso y lúdico de individuos de espíritus libres en contra de la sociedad. Rechazar un sistema violento, despreciar una forma de lucha organizada, militarizada, permite a los insurgentes mantener un alto nivel de invisibilidad. Esto no puede ser fácilmente entendido por las autoridades y llevado bajo su control. Su origen insurgente puede incluso pasar inadvertido, ya que se alimenta lejos de las fundiciones del control social. Desde la perspectiva racional de la autoridad, esta violencia lúdica aparecerá a menudo al azar, pero actualmente se encuentra en armonía con los deseos del insurgente. Su lúdica violencia mata “inadvertidamente como dar pasos largos felizmente sin mirar atrás”
La violencia lúdica del insurgente no tiene lugar a arrepentimiento. Este debilita la fuerza de los estallidos y nos vuelve cautelosos y tímidos. El arrepentimiento llega cuando la violencia es tratada como un problema moral y para los insurgentes quienes están peleando por la libertad de vivir sus deseos, la moralidad es solo otra forma de control social. En cualquier parte que la violencia lúdica se manifiesta, el arrepentimiento es absurdo. En los disturbios (con al excepción de los disturbios de la policía) y en los levantamientos espontáneos, como también en el vandalismo a pequeña escala, la actitud festiva es evidente. hay una alegría intensa, incluso euforia, en la liberación de las pasiones violentas que habían sido reprimidas por tanto tiempo. Golpeando en el cráneo de la sociedad tal como lo experimentamos a diario es un placer intenso y que uno quiere saborear, no rechazado con vergüenza, culpa o arrepentimiento. Algunos pueden objetar que tal actitud podría causar que nuestra violencia se saliera de control, pero un exceso de violencia insurgente es algo que no necesitamos temer. A medida que echamos abajo nuestra represión y comenzamos a liberar nuestras pasiones, ciertamente nuestros gestos, nuestras acciones y nuestra forma de ser, están obligadas a ser cada ves más expansivas y todo lo que hagamos parecerá un exceso. Nuestra generosidad y nuestra violencia parecerán excesivas. No reprimidos, la expansividad de los individuos se extenderá a todas las cosas. Los disturbios y las insurrecciones han fallado al conseguir solo liberación temporal, no producto del exceso, sino porque la gente misma retrocedió. La gente no ha confiado en sus pasiones. Le han temido a la capacidad de expandirse, al exceso de derroche de sus propios sueños y deseos. Así, se han rendido o han puesto su lucha al lado de nuevas autoridades, de nuevos sistematizadores de la violencia. Pero, ¿cómo puede ser la violencia insurgente alguna vez verdaderamente excesiva, cuando no hay institución de control social, ningún aspecto de la autoridad, ningún icono de la cultura, que no deba ser pulverizado, y hecho esto alegremente?
Si lo que queremos es un mundo en el cual cada uno de nosotros pueda crear nuestras propias vidas, libres de limitaciones, relacionándonos con cualquier otro como nosotros deseamos, en vez de hacerlo según roles sociales definidos, debemos reconocer que, a veces, la violencia iluminara y no hay nada de malo en aquello. La plenitud de las pasiones incluye expresiones expansivas y llenas de odio y rabia- y esas son emociones violentas.
A pesar de que pueda ser inteligente, no sera racionalizada la violencia en tal estado. Y bajo ninguna circunstancia es auto-perpetuable, porque es individual y temporal, consumiendo en si misma completamente su libertad, expresión apasionada.
Ni la no violencia moralista ni la violencia sistemática de la lucha militar puede echar abajo a la autoridad, ya que ambos necesitan de cierta forma de autoridad. Sola la violencia apasionada y expansiva de los individuos insurgentes, jugando solos o con otros, tiene oportunidad de destruir esta sociedad.
“Adelante, todos!
Y con brazos y corazones,
Discursos y plumas,
Puñales y rifles,
Ironía y blasfemia,
Robo, envenenamiento y fuego,
Hagamos la guerra en la sociedad”
-Dejacque