Saludando a Diego Ríos y Luciano Pitronello. Contra soplones y delatores.

Es sabido que el poder se esfuerza cada día por incrementar su capacidad de neutralizar y aniquilar la oposición radical contra el sistema de dominación. En este esfuerzo, una herramienta importante para el enemigo es la obtención de información que le permita identificar, acusar y/o encerrar a los revolucionarios. Así es como la historia del enfrentamiento contra el poder nos entrega numerosos casos de delatores, espías, infiltrados, colaboradores, arrepentidos, difamadores, chivatos, sapos, topos, y una lista larga de variaciones y denominaciones para catalogar a individuos que de una u otra manera entregan información a los aparatos represivos del sistema para acabar con los rebeldes.

A partir del asco que nos produjo enterarnos que el delator Gustavo Fuentes Aliaga concedió desde la cárcel una entrevista a la prensa del poder (http://www.latercera.com/noticia/nacional/2012/06/680-465903-9-gustavo-fuentes-aliaga-habla-tras-ser-absuelto-en-el-caso-bombas.shtml ), a tres años de la huida rebelde del compañero Diego Ríos –cuya madre, independientemente de las causas que contribuyeron a ello, lo acusó a la policía – y a un año del accidente del compañero Luciano Pitronello –quien se ha negado a delatar a su compañero -, nos interesa hoy compartir algunas reflexiones sobre los delatores, aquellas personas que desde dentro o fuera de entornos de lucha entregan compañeros a la policía.

Algunas experiencias del pasado reciente.

La existencia de este tipo de personajes ha acompañado el recorrido histórico de la lucha revolucionaria por la libertad, y el caminar propio de las tendencias anárquicas no ha sido la excepción. Casos para contar hay varios en el pasado y en la historia reciente, en Chile y el extranjero. Por ejemplo, en el contexto de la dictadura militar de Pinochet (1973-1990), muchas personas guardaron un terrible silencio ante el temor de ser escuchados por algún vecino, compañero de trabajo o estudio convertido en informante de los aparatos represivos. El poder sembró a sus informantes en distintos espacios y cosechó una desconfianza entre los oprimidos que contribuyó a desarticular lazos de resistencia.

Para el caso de organizaciones que abogaban por la vía armada al socialismo como el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), en los primeros meses y años de la dictadura, entregar nombres de compañeros bajo tortura a los aparatos represivos era algo imperdonable, un estigma que el “traidor” debía cargar de por vida. A pesar de que la tortura es una práctica histórica de la violencia de los dominadores, ni los integrantes del MIR ni los militantes de izquierda en general tuvieron una idea clara de la intensidad y amplitud de la represión dictatorial hasta que la sintieron directamente sobre sus cuerpos a través de torturas dolorosas y prolongadas que en muchos casos lograron quebrar la voluntad de los individuos y llevarlos a mencionar algunos nombres o lugares para cesar los suplicios corporales. Los peores casos fueron los de militantes que se pusieron a colaborar con los agentes del Estado de manera más o menos permanente, indicándoles puntos de encuentro, haciéndose parte de emboscadas o de las mismas sesiones de tortura, como los casos de la “Flaca Alejandra” y el “Guatón Romo”, ex militantes de izquierda que trabajaron para la policía secreta de la dictadura, sacando a la luz lo peor del ser humano. Esos casos de colaboración consentida son para nosotros repudiables. Sobre los que entregaron nombres bajo tortura el análisis debe ser otro pero sin olvidar también el hecho de que las torturas pueden ser aguantadas, como lo demostró una minoría de militantes que logró sobrevivir a los tormentos sin decir ni una palabra, mientras que otros tantos murieron sin entregar información. Toda esta realidad influyó en que los antes férreos criterios para juzgar a los que entregaron información bajo tortura comenzaron posteriormente a ser repensados por los mismos protagonistas o por militantes de otras organizaciones armadas de izquierda ante la realidad de lo que estaba sucediendo.

Llegada la democracia en 1990, los partidos de gobierno se encargaron de desarticular a la resistencia armada anticapitalista que continuó operando. Para ello, una de sus estrategias fue construir una política antisubversiva que contaba con una red de delatores e infiltrados provenientes de las mismas organizaciones de lucha armada reclutados en prisión a cambio de beneficios o simplemente entre militantes o colaboradores activos de esas organizaciones. Así fue detenido a principios de la década del 90 el “Comandante Ramiro” del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, luego de que un colaborador de la organización lo entregara a la policía. Ramiro logró fugarse después en helicóptero de la Cárcel de Alta Seguridad junto a otros rodriguistas en 1996, encontrándose actualmente encarcelado en Brasil por secuestrar a un empresario junto a un “Comando Internacionalista”. Por su parte, el delator apareció muerto tiempo después con un disparo en su cabeza.

Otro despreciable delator y colaborador de la policía en ese contexto fue Humberto López Candia, ex integrante del MIR reclutado a principios de la década del 90 por los aparatos de inteligencia del régimen democrático para infiltrarse en grupos subversivos y entregarlos a la represión. Fue uno de los principales informantes de la política antisubversiva de los gobiernos democráticos a principio de la década del 90. Entre otras tareas, participó el 22 de enero de 1992 en un traslado de armas del “Destacamento Mirista Pueblo en Armas” el cual, gracias a la colaboración de López Candia, estaba siendo monitoreado por la policía. En medio de la operación, el informante dejó a los sorprendidos subversivos a merced de los agentes del poder. Al igual que el delator del Caso Bombas, Gustavo Fuentes Aliaga (El Grillo), López Candia en 1997 también concedió una entrevista a la prensa del poder, con un aspecto muy similar al de El Grillo. ( http://elpaskin3.lacoctelera.net/post/2009/09/13/historia-oficial-del-fpmr )

Casos recientes donde ha rondado el fantasma de la delación.

La “buena madre” de Diego Ríos.

El 24 de Junio de 2009, una mujer descubrió en un inmueble de su propiedad un bolso con supuesto material para fabricar explosivos. Inmediatamente dio aviso a las policías y estas dictaron una orden de captura para su hijo, un joven cercano al Centro Social Autónomo Jonny Cariqueo (valioso espacio donde se difundían ideas y prácticas antiautoritarias que fue cerrado durante los meses siguientes a las detenciones del Caso Bombas en 2010). El nombre del joven, Diego Ríos, compañero antiautoritario que desde aquel día elude a la ley y la prisión, transformándose en el primer clandestino conocido de la nueva ofensiva anarquista/antiautoritaria en la región chilena. Su madre entregó a los fiscales y a la prensa información sobre las ideas de vida su hijo y sobre los espacios y personas a los que estaba vinculado. ¿La mujer tuvo miedo de lo que encontró? ¿Actuó como “buena madre”? ¿Como buena ciudadana? ¿Creyó ingenuamente que los fiscales y la cárcel realmente la ayudarían a encontrar a su hijo y sacarlo de los “terribles” pasos de la insurrección? Que cada uno saque sus propias conclusiones. El compañero Diego Ríos ya sacó las suyas y las hizo públicas en su primer comunicado, haciendo visible una tensión permanente a resolver: la tremenda necesidad de que los grupos autónomos cuenten con su propia infraestructura, para no meter en problemas a otros que a su vez puedan reaccionar negativamente y meter en problemas a los insurrectos.

El Grillo “nihilista” delator.

Sin duda uno de los casos de delatores más significativos del último tiempo ha sido la colaboración prestada por Gustavo Fuentes Aliaga (El Grillo) a las policías y fiscales investigadores del “Caso Bombas”. Este sujeto, traficante de drogas, agresor de mujeres y de compañeros, antes autodenominado anarquista, contaba con la simpatía de no pocas personas al interior de ciertos entornos anarquistas al parecer por la violencia que demostraba enfrentándose a la policía, misma violencia que luego descargaba apuñalando (y no metafóricamente) a otros anarquistas por rencillas de ego. El 31 de Diciembre de 2008 este sujeto fue detenido por apuñalar a su pareja y dejarla al borde de la muerte. Aprovechando que este individuo circulaba por algunas casas okupa, la policía realizó allanamientos en okupaciones haciendo creer a sus habitantes que estaban buscando a Gustavo Fuentes pero solo era la excusa para incautar propaganda, bicicletas, cilindros de gas y las típicas cosas de esos violentos operativos. Los interrogadores de turno trataron de involucrar al Grillo con atentados explosivos y aparentemente lo amenazaron para que entregara nombres de supuestos implicados en este tipo de acciones. Decidido a salvar su miserable pellejo, este personaje colaboró con la policía y los fiscales entregando nombres de personas y espacios y vinculándolos con los atentados explosivos. Algunos de ellos eran personas y espacios con los que tenía rivalidades personales, otros eran conocidos suyos que sin mayores motivos fueron mencionados en su declaración. Con estos nombres – más las líneas investigativas abiertas con la muerte del Punky Mauri en Mayo de 2009- los fiscales alimentaron la burda tesis sobre la existencia de una asociación ilícita terrorista que llevó a un buen numero de compañeros a prisiones de máxima seguridad, para luego tener que aguantar ver al delator a diario – ya que en su delirio, “el Grillo” también se inculpó a sí mismo- en más de 6 meses de extenuantes jornadas de juicio oral donde los jueces terminaron absolviéndolos a todos a comienzos de este mes de Junio.

Hace un par de semanas, este despreciable sujeto concedió una entrevista al diario La Tercera, principal medio de comunicación que en estrecha colaboración con la inteligencia policial preparó el terreno mediático para justificar ante la “opinión pública” los allanamientos y detenciones del Caso Bombas el 14 de Agosto de 2010. En esa entrevista, “El Grillo” declara que entregó nombres para calmar a los agentes que lo interrogaban, que nunca se imaginó las consecuencias de la información que entregó a fiscales y policías y que ya no se declara anarquista sino que “nihilista”, pues para vivir le basta con su “yo” y su “egoísmo”, según sus propias palabras. Con esto quedan claras dos cosas. Una, es que este sujeto colaboró abiertamente con la policía, justifica su accionar y hoy quiere mostrarse como víctima. Otra es que con el ejemplo de este miserable individuo que reivindicando el “yo” y el “egoísmo” justifica la colaboración con el poder y fue capaz de apuñalar a su compañera, se hace más que evidente que estos dos conceptos reivindicados por nihilistas no siempre son revolucionarios o antiautoritarios, ya que pueden ser utilizados para justificar el proceder irresponsable y abiertamente autoritario de individuos tan despreciables como Gustavo Fuentes Aliaga. Sobre nuestros puntos de cercanía y distancias con el nihilismo, o más bien ante ciertas ideas planteadas por algunos que se denominan nihilistas, nos referiremos más extendidamente en otra ocasión.

El guerrero que se negó a delatar: ¡Fuerza Tortuga!

Ocho dedos menos, pérdida parcial de la visión, quemaduras de alta gravedad en gran parte del cuerpo, condena pública en los medios de comunicación, alejamiento de sus seres queridos, encarcelamiento en un hospital penitenciario. Estas son las consecuencias que dejó en la vida y en el cuerpo del compañero Luciano Pitronello el estallido del artefacto explosivo que instalaba la madrugada del 1 de Junio de 2011 en un banco Santander de la ciudad de Santiago. Enumeramos estas trágicas consecuencias no para difundir el miedo de pasar a la ofensiva contra el poder, sino que por dos razones muy concretas. La primera es porque nos hermanamos con el análisis planteado por el compañero en con motivo de haberse cumplido un año de aquella noche de Junio, donde expresa la necesidad de que quienes se sienten parte activa de la lucha contra el poder, tengan bien en cuenta sus consecuencias y cómo evitarlas para no encontrarse con sorpresas o con un libro en blanco cuando la represión -que actúa sin contemplaciones-, acecha o golpea. La segunda razón para enumerar las consecuencias que hoy enfrenta el compañero es que a pesar de la terrible situación en que se encuentra nunca se mostró dispuesto a delatar a la persona que se encontraba con él la noche del ataque. Con todo el peso del enemigo y de su propia mutilación física y emocional, el compañero insurreccionalista Luciano Pitronello no colaboró con la policía. ¿Con qué cara “El Grillo” puede justificar su accionar delator? Luciano ha dado al mundo una demostración de voluntad anárquica y revolucionaria al decidir no ser doblegado por el poder. El compañero tiene todo nuestro respeto y nuestra solidaridad permanente y activa que nos lleva a mantener vigente su caso y arrojarnos con más fuerza a la lucha contra el poder.

Delatores en la sociedad y en los entornos de lucha.

La sociedad no es hoy una lucha entre clases con intereses contrapuestos. Hoy, más que en otros tiempos, los oprimidos tienden a identificarse con el modo de vida y los intereses de los opresores. Los poderosos llaman a la colaboración con las instituciones y, ante todo, con las fuerzas represivas. Desde pequeñas actitudes de soplonaje las conductas contrarias al orden social son delatadas por ciudadanos que de manera espontánea o premeditada se posicionan como jueces y policías de sus semejantes. Desde evadir el pasaje del transporte público hasta las actividades revolucionarias, hoy todo puede ser delatado por los mismos explotados (no todos por supuesto, siempre hay terreno para complicidades). Nuestro llamado permanente debe ser el no permitir que estas conductas delatoras se normalicen y pasen impunes, ya sea en la calle, en los barrios o centros de estudio (es sabido, por ejemplo, que en la universidades donde hay agitación rebelde las policías tienen incluso a estudiantes-policías trabajando para ellos de manera encubierta).

Otro caso actual es el de las organizaciones reformistas, incluso de organizaciones que se hacen llamar anarquistas pero que condenan públicamente a quienes realizan acciones directas. Desmarcándose de prácticas históricas dentro del anarquismo como la solidaridad y la acción directa, ciertas organizaciones acusan a quienes utilizan la violencia revolucionaria anarquista de ser terroristas o de contribuir a que la represión apunte a las organizaciones anarquistas. Pasó en Chile hace unos años con polémicas – a veces superficiales, a veces profundas- entre plataformistas e insurreccionalistas. Está pasando hoy en Bolivia, donde la llamada Organización Anarquista por la Revolución Social (OARS) condena públicamente las acciones directas ante las detenciones de activistas libertarios acusados de realizar acciones de ese tipo. Esa organización también ha expresado explícitamente su apego a las leyes estatales e incluso, según medios de prensa, dos de sus integrantes detenidos habrían entregado a la policía nombres de supuestos implicados en los ataques. Lo mismo está pasando ahora también – nuevamente- en Italia, donde el ataque armado contra el asesor de una empresa nuclear reivindicado por el Núcleo Olga de la Federación Anarquista Informal ha sido la excusa para encarcelar a compañeros vinculados con el apoyo a los inmigrantes, la solidaridad con los presos políticos y la difusión de ideas anárquicas. Todo esto en medio de una operación represiva masiva (el estilo italiano) precedida por declaraciones de las autoridades en la prensa y también comunicados de algunas organizaciones comunistas libertarias o anarquistas reformistas – de esas que solo meten ruido cuando hay que condenar a “los violentos”- que condenaron la acción del Núcleo Olga y los “excomulgaron” del anarquismo como si de una iglesia se tratase. Todo este tipo de condenas tal vez no sean delaciones explícitas, pero sí le facilita el trabajo a la policía alimentando un contexto de aislamiento hacia quienes practican la violencia revolucionaria. Cuando nos embarga el repudio por esos anarco reformistas se nos viene a la memoria la mano anónima que ajustició en Argentina en 1929 a Emilio López de Arango, anarco reformista que acusó al anarquista de acción Severino Di Giovanni de ser un agente del fascismo…

Ha habido también casos en Chile y otros países en que compañeros entregan información falsa para despistar a la represión y no ser acusados de ciertos actos. Los críticos de esta táctica plantean que eso es peligroso porque una mentira puede llevar a otra y se puede caer en un abismo de explicaciones sin sustento alguno. Por eso siempre se recomienda mejor no hablar.

Sin embargo, a veces nosotros mismos casi sin darnos cuenta reproducimos lógicas de delación e incluso de “autodelación”, que es peor. Así ocurre cuando, por ejemplo, no falta el/la que pregunta “¿Quién hizo esto?” cuando aparece alguna publicación, afiche u acción cualquiera. Lo cierto es que a nadie debiera importarle quien realiza ciertas acciones cuando estas hablan por sí mismas a través de su contenido y su forma. Esto no quiere decir que todo debe quedar en el anonimato (por ejemplo, en actividades públicas solidarias alguien debe tomar la palabra y leer alguna declaración) o que quien pregunte cosas de ese tipo sea necesariamente un policía. Lo que decimos es que el no saber ciertas cosas (como quién hizo esto o lo otro) tiene que tomarse como algo positivo y como parte de la amplia cultura de la conspiración contra el poder, contra sus intentos de identificar y vincular a compañeros con ciertas acciones. De la misma manera en nada contribuyen las actitudes pseudo conspiradoras de quienes aparentan aires de misterio para conseguir de manera conciente o inconciente algún tipo de estatus superior informal al interior de algunos entornos de lucha. Esas actitudes infantiles en nada aportan y solo llaman a la policía y alimentan la boca de posibles delatores.

Concluyendo…

Cuando el delator es un ciudadano servil al poder, lamentablemente no nos llevamos una sorpresa, pero nuestra propaganda también debe abocarse a combatir las conductas de soplonaje y colaboración con la represión.

Cuando el delator es un amigo o familiar, estamos frente a una traición afectiva y social.

Cuando uno mismo se acusa con sus palabras y actitudes, la egolatría se transforma en un enemigo a combatir.

Cuando el delator formó o forma parte de un entorno de lucha, no podemos quedarnos indiferentes normalizando el soplonaje como algo natural.

Que cada uno actúe en consecuencia

Saludamos con el puño en alto a Diego Ríos a tres años de su huida rebelde, a Luciano Pitronello a un año de su ataque, a Gabriela Curilem, prófuga del Caso Bombas, a los presos de Caso Segurity, a todos los presos políticos y a todos los anárquicos amantes de la libertad.

Sin Banderas Ni Fronteras,

Chile, Junio 2012.

artículos anteriores sobre el Caso Bombas :

 

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